Urk


La nieve cubría con su manto la gran llanura delante de la escuela, dando un aspecto gélido y fantasmal  a la explanada.

En el interior del aula, varios alumnos reían congregados en un pequeño grupo, mientras observaban de refilón al enclenque chico mal vestido y apenas abrigado que permanecía en uno de los rincones del aula observando con envidia los almuerzos del resto de sus compañeros.

Urk sintió cómo su estómago gruñía. No había comido nada desde el almuerzo del día anterior, y sabía que hoy posiblemente sus posibilidades de comer eran nulas.

Su padre les había abandonado a él y a su madre muchos años atrás, dejándoles sin nada, sin siquiera un tejado bajo el que guarecerse, y los esfuerzos de su madre apenas les alcanzaba para malcomer una vez al día.

Cuando las clases finalizaron ya había anochecido. El frío calaba los huesos de Urk mientras con paso cansado se dirigía hacia la pequeña habitación, si así se le podía llamar, que su madre rentaba en el establo de una granja. La habitación apenas contaba con un hornillo para cocinar y dos sucios colchones tirados en el suelo, en uno de los cuales, bajo un montón de mantas que otros habían desechado, Urk se guarecía del frío que se colaba por las rendijas de las paredes.

Urk se despertó temblando, mirando a su alrededor con el miedo acelerando su corazón. Era ya noche cerrada, y a su alrededor nada más veía árboles y una gruesa capa de nieve sin hollar. 

Su mano se apoyó en su dolorida cabeza, donde un gran bulto le recordó lo sucedido. Mientras iba de camino a su casa, alguien le había golpeado por la espalda, y después ya se había despertado allí.

Aterrado, miró a su alrededor. Ningún sonido. El bosque tenebroso parecía un lugar fantasmal en la oscuridad. Diversos escalofríos sacudieron su cuerpo, tanto por frío como por miedo.

Sin otra opción, se puso en pié, intentando orientarse hacia dónde dirigirse guiándose por la luz que derramaba la luna llena.

En la oscuridad, una sombra blanca con centelleantes ojos rojos se giró al escuchar sus pasos, olfateando en el aire. Sigilosamente, sus pasos se dirigieron hacia el lugar donde las pisadas de Urk se hacían evidentes.

Urk miraba a su alrededor, aterido de frío, buscando un lugar donde refugiarse de la formidable tormenta de nieve que de nuevo había comenzado a caer. A la vez que sus ojos vislumbraban la estrecha entrada de lo que parecía una pequeña cueva muy cerca de él, Urk sintió un dolor agudo en su pierna derecha.

Sus ojos aterrados contemplaron la figura de un gran lobo blanco que a su lado enseñaba sus grandes dientes en sus fauces abiertas, y el instinto le hizo correr hacia la cercana y angosta cueva para refugiarse, pillando por sorpresa al lobo que no reaccionó a tiempo.

Nada más entrar, empujó una gran piedra que había junto a la entrada, sellando ésta, escondiéndose en el fondo de la diminuta cueva, mientras detrás de la roca escuchaba los aullidos de rabia del depredador al que se le había escapado su presa delante de su hocico.

Urk no supo en qué momento se había dormido, pero acababa de despertarse sudando abundantemente por las horribles pesadillas de sus sueños. La luz que se colaba por una rendija le hizo comprender que ya era de día.

Después de mirarse su pierna todavía dolorida, en la que apenas se evidenciaba el mordisco del lobo, se acercó a la gran piedra que bloqueaba la entrada. Con precaución la movió un poco. No era tan pesada como le había parecido la noche anterior. 

La luz cegadora del día reflejándose en la blanca nieve le aturdió. Pero enseguida, la nieve impoluta delante de la cueva, sin huellas, le hizo comprender que el peligro había pasado. El aterrador animal posiblemente se hubiera rendido y estaría ya lejos.

Sin querer perder las clases, en cuanto salió del bosque guiado por los restos de un camino silvestre que encontró, se dirigió a la escuela. 

Allí enseguida observó las miradas de refilón que algunos de sus compañeros le dirigían.

A la hora del almuerzo, sentado en su esquina de siempre, el grupo del día anterior se volvió a reunir. De pronto, a los oídos de Urk llegó claramente su conversación.

— No lo entiendo. Le dejamos ayer abandonado en el bosque y aquí está como si nada —dijo Raf.

— Se tenía que haber muerto por el frío o devorado por los animales —dijo Jos—. Mi padre me ha dicho que anoche los lobos acabaron con un par de ovejas en la granja del viejo loco de  Lock.

— Pues se lo volvemos a hacer hoy otra vez —sugirió otro de los del grupo, Len, mientras las risas de los demás se elevaban en el aire, aprobándolo, y algunos aplausos se dejaban escuchar.

Urk sintió como la rabia le recorría el cuerpo, mientras sus ojos grababan las caras de sus mortales enemigos y torturadores desde hace ya algunos años. 

Su estómago mientras tanto clamaba de hambre, mientras algunos de ellos parecían mostrarle con burla sus almuerzos, haciendo que hasta sintiese el olor y la fragancia de esos manjares.

— Por hoy se han terminado las clases —la voz del director de la escuela se escuchó por los altavoces.

Los alumnos se observaron unos a otros sorprendidos. Todavía era muy temprano. Pero enseguida la voz del director se dejó oír de nuevo.

— Nos han comunicado una gran tormenta de nieve, por eso las clases se clausuran por el resto del día y también las clases de mañana quedan anuladas. Diríjanse todos de inmediato a sus casas para refugiarse.

Urk, junto a sus compañeros, enseguida se encontró en la calle. El cielo estaba claro, sin rastros de nubes. El grupito reía y hablaba animadamente un poco alejado de él.

— No parece para nada que vaya a nevar. Vamos a quedarnos un rato jugando a batallas de nieve —sugirió Jos, mientras comenzaba a formar su primera bola de nieve.

Urk se alejó en silencio. Él no tenía amigos con quienes jugar. De repente, unos leves pasos a sus espaldas le hicieron ponerse alerta. Se giró bruscamente y vio a Raf con un palo en alto dispuesto a golpearle en la cabeza. Pero esta vez no. La sangre de Urk hirvió en su cuerpo y se lanzó a atacarle con uñas y dientes, sacando el valor desde muy adentro, como nunca antes lo había hecho.

Esa noche el pueblo era un hervidero. Los padres de Raf habían acudido al cuartel de la policía para dar aviso de que su hijo no había vuelto a casa. Y a pesar del tiempo inclemente y de la gran tormenta de nieve que asolaba el pueblo, se organizó un inmenso equipo de búsqueda. Raf no resistiría mucho tiempo a la intemperie.

Llegaron hasta la granja donde vivía Urk, pero tanto éste como su madre estaban arrebujados en mantas tapándose de la intemperie en su inmundo cuartucho, y no habían escuchado nada sobre la desaparición de Raf.

Urk, cuando salieron, le dijo con voz clara a su madre, que le instaba a participar en la búsqueda.

— No me da ninguna pena si se congela. Él y su grupo de amigos se portan muy mal conmigo.

En medio de la noche, profundos aullidos se escuchaban en la oscuridad del helado bosque. 

Una hora más tarde, uno de los equipos de búsqueda encontró a Raf. Había sido atacado por lobos que se estaban dando un festín con su carne cuando el equipo lo encontró. Tuvieron que ahuyentarlos a disparos de escopeta, ya que parecían muy hambrientos y poco dispuestos a alejarse del cadáver. Algunos incluso huyeron llevándose en sus fauces pedazos del cuerpo de Raf.

Al día siguiente todo el pueblo conmocionado acudió al entierro de los restos de Raf, para hacer compañía a los angustiados padres.

El viejo Lock proclamó que esa noche no había habido ataques a sus ovejas, seguramente los lobos se habrían asustado o habrían quedado saciados con el cuerpo de Raf.

Dos días más tarde una nueva noticia conmocionó a los estudiantes. Jos y Pet, dos de los estudiantes, había muerto destrozados por lobos en su camino de regreso a casa la tarde anterior. Al parecer se habían distraído en su regreso a casa jugando con la nieve y habían corrido hacia el bosque. Les había encontrado en el inicio de búsqueda el equipo del sheriff que salió en cuanto sus padres avisaron.

Al finalizar las clases, Len, uno de los estudiantes del descompuesto grupo burlón, se aproximó a Urk, con una valentía que apenas sentía.

—  Urk, si te parece vamos juntos hacia nuestras casas. Siempre iba con Jos y Pet, pero ahora no están. Así los dos estamos pendientes de que no nos ataquen los lobos. Mira, llevo una navaja —dijo mientras de su bolsillo sacaba una pequeña navaja plegable.

— Bien, de acuerdo Len. Pero nos vemos en la esquina de la salida del pueblo en quince minutos, antes tengo que hacer un recado urgente, voy corriendo, no tardaré.

Len, con un suspiro de alivio , no tardó en contestar.

— Bien, te esperaré allí. Así no nos atacaran esos lobos.

— No te preocupes, Len, conmigo puedes estar seguro de que no sufrirás el ataque de ninguno de esos lobos —dijo Urk a sus espaldas, mientras sus relucientes ojos rojos se fijaban en Len y unos puntiagudos colmillos asomaban en las comisuras de sus labios.