Ausencia helada

— Adiós, mami —Margot escuchó que decía la voz de su pequeña Kira.

—Kira, ¿Te has puesto la bufanda y el gorro? —le dijo a gritos desde la cocina, donde limpiaba a su bebé que acababa de vomitarse encima.

— Si mami, me he abrigado bien —escuchó de nuevo la vocecita de Kira.

Mirando por la ventana de la cocina, Margot vio cómo Kira se alejaba en dirección a un grupo de niños que jugaban alegremente y se tiraban bolas de nieve unos a otros.

Suspirando, dirigió de nuevo la visto hacia su bebé de seis meses que no paraba de llorar, y hacia el pequeño Eric, su otro hijo, de tres años, que con la carita congestionada por la fiebre lloraba en la trona.

— Ya voy, Eric, ya voy —dijo con voz tranquilizadora, mientras intentaba calmar a la pequeña Suri, que continuaba llorando en sus brazos.

De fondo, escuchó una voz enfadada que gritaba:

— ¿Es que no hay manera de que hagas callar a esos niños? —escuchó cómo su marido Sven gritaba con voz enojada desde el salón.

Margot sintió un ramalazo de ira. Cualquier día de estos no se lo pensaría dos veces y dejaría a Sven.

Se enamoró de él por lo detallista que era, se consideraba muy afortunada de que se hubiera fijado en ella, y todas sus amigas la envidiaban. Pero todo cambió después del matrimonio, y se agudizó aun más con la llegada de los niños.

Ese detallista Sven se había convertido en un hombre egoísta y un mal padre que no colaboraba para nada en el cuidado de los niños.

Su mirada se dirigió de nuevo al exterior. Kira se encontraba feliz jugando con los demás niños.

Con un suspiro, volvió a prestar atención a sus hijos menores, mientras cada vez se enfurecía más.

El día se había presentado con una sorpresiva gran nevada, y Kira, su hija de cinco años, que llevaba todo el fin de semana encerrada en la casa porque el sábado su hermano Eric había amanecido con mucha fiebre, no paraba de insistir en que quería salir a jugar. Hasta que llegado un momento, encaramada a una silla, mirando por la ventana y viendo a los niños jugar, se había sumado al coro de llantos protagonizados por sus dos hermanos.

Enseguida Sven se había puesto a gritar y reclamar que no escuchaba la televisión. Ella le había dicho que llevase a Kira a jugar, que ella tenía que ocuparse de Eric y de Suri, pero Sven a gritos le contestó que no, que en nada empezaba el partido de futbol, y no pensaba perdérselo.

Tras una nueva y airada discusión a gritos con Sven por los llantos de los pequeños, escuchó la voz de Sven.

— Deja a la niña salir a jugar de una puñetera vez para que se calle. Que se abrigue bien. Ya tiene cinco años, puede salir perfectamente sola —gritó desde el salón Sven.

Margot le iba a responder furiosa, cuando escuchó la tímida vocecita de Kira a su lado.

— ¿Puedo, mami? Hay niños de mi edad, están mis amigos.

Así que después de comprobar que era cierto, y hacerle prometer que no se iría de la explanada y volvería antes del anochecer, Margot permitió a Kira salir a jugar en la nieve. Hacía un día espléndido y soleado después de la sorpresiva nevada de la noche anterior, ya muy entrada la primavera, y posiblemente al día siguiente no quedara ni rastro de la nieve.

Antes de subir con los dos llorosos niños hacia la planta superior, y tras observar de nuevo por la ventana a Kira, que seguía jugando con un grupo de niños cada vez menos numerosos, Margot pegó un grito con voz enfadada.

— Sven, haz algo de una puñetera vez y vete a recoger a Kira, que ya enseguida va a oscurecer. Cámbiala de ropa y ponle otra seca, que seguro que estará empapada.

Mientras subía las escaleras, escuchó atenta para oir si Sven salía a por Kira.

Pero un rato después, pegó un fuerte grito desde lo alto de las escaleras mientras comenzaba a despojar al bebé de la ropita.

— ¡Sven, vete ya a por Kira, que empieza a oscurecer!

Unos minutos más tarde, escuchó los pasos lentos de Sven y su voz maldiciendo en voz baja, y oyó cómo se cerraba la puerta de la calle.

Mientras acababa de preparar el baño para el bebé, escuchó cómo la puerta de la casa se volvía a abrir y cerrar de nuevo.

— ¡Kiraa, Kiraaa! ¡Ven ya a la cocina, está la cena! —llamó Margot después de conseguir por fin acostar al bebé y dejar dormido a Eric después de un largo baño con el que había conseguido bajarle la fiebre.

Se le había hecho muy tarde mientras conseguía dormir a los niños, seguro que Kira estaría hambrienta.

Esperando escuchar en cualquier momento los apresurados pasitos de Kira, Margot comenzó a poner los platos en la mesa de la cocina.

Diez minutos después, refunfuñando por lo bajo, Margot se dirigió al salón. Ni Kira ni Sven habían acudido a su llamada.

— Sven, venga, vamos ya, la cena se va a enfriar —dijo mientras cruzaba el pasillo hacia la puerta del salón.

Con sorpresa, se encontró que sentado en el salón con Sven se encontraba su vecino Rosso. Margot de inmediato frunció el ceño. Rosso no era precisamente santo de su devoción, a pesar de que Sven lo consideraba un buen vecino. A Margot no le gustaba nada, no se fiaba de él, y en más de una ocasión se lo había dicho a Sven.

Una de sus últimas conversaciones sobre él había sido precisamente la mañana anterior. Margot la recordaba perfectamente.

— Sven, no me gusta Rosso. Nos espía a Kira y a mí cuando salimos hacia el autobús. Siempre está mirándonos escondido detrás de las cortinas. Él se cree que no se le ve, pero se aprecia perfectamente cómo se asoma entre las cortinas —le había dicho a Sven.

— Margot, deja de decir tonterías y detén tu imaginación. Estoy seguro de que son figuraciones tuyas. Te lo he dicho ya mil veces y no estoy dispuesto a hablar de lo mismo otra vez —le había respondido enfadado Sven, dando por zanjada la conversación.

Así que Margot, dirigiendo una mirada poco amistosa hacia Rosso, se dirigió a Sven.

— Sven, vamos a cenar ya. Voy a buscar a Kira a su dormitorio. Espero que le hayas cambiado la ropita por una seca cuando la has recogido para que no se enfríe.

Margot vio cómo de repente Sven pegaba un salto en el sofá.

— ¡Kira! —exclamó sobresaltado—. Se me ha olvidado recogerla… Me distraje con Rosso, que estaba cerca de la puerta de casa, y entramos a tomar unas cervezas. Me olvidé por completo de Kira —dijo, y luego añadió con voz tranquila—: Seguro que vino sola cuando oscureció y está en su habitación.

Margot, furiosa, pero sin querer hacer una escena delante de su vecino, subió de inmediato a buscar a Kira a su dormitorio. Seguro que si no se había cambiado la ropa mañana estaría ella también enferma.

Pero por más que buscó, Kira no estaba. A gritos llamó a Sven, que alterado por los gritos de Margot y por los llantos de los niños sobresaltados subió de inmediato. Los dos recorrieron juntos toda la casa ayudados por su vecino Rosso, pero no encontraron a Kira por ninguna parte.

Asustado y pálido, Sven se puso de inmediato el abrigo, y, junto a su vecino, salió a la oscura y fría noche llamando a gritos a Kira.

— ¡Kiraaa! ¡Kiraaa! ¡Kiiira!

Margot, angustiada, observaba desde la ventana, y de inmediato se puso a llamar a todos los padres de los amiguitos de Kira que vio jugando con ella en la nieve.

— No, Kira no está aquí. A Igor le fue a buscar su padre y volvió hace ya un par de horas o más. Igor está ya dormido, pero le despierto y le pregunto por si sabe algo.

Pero, invariablemente, la respuesta de todos los niños fue la misma: cuando el sol se ocultó, cada uno regresó a su casa, y todos creían que Kira también lo había hecho.

Una hora después, la explanada frente a la casa de Kira estaba iluminada por los faros de los coches de policía y por los de varios vecinos, que los orientaban en varias direcciones intentando hacer un poco de luz en la oscura noche. Los pequeños haces de luz de las linternas se asemejaban a luciérnagas que se movían impacientes en la oscuridad.

Un gran dispositivo se había preparado con urgencia. Los policías que habían acudido, ayudados por la mayoría de los vecinos que se habían unido de inmediato al conocer la desaparición de Kira, peinaban los alrededores del domicilio de la familia. Podía haber resbalado con una placa de hielo, y estar herida tras la caída. La situación era de extrema urgencia. Con las temperaturas tan bajas que se estaban alcanzando, la niña perdida apenas sobreviviría unas pocas horas si no la encontraban pronto.

El aire, lleno de gritos. — ¡Kiraaa! ¡Kiraa!

Gritos que cada vez se escuchaban más lejanos, según el operativo iba ampliando el perímetro de búsqueda tras no obtener resultados.

Varias horas más tarde, con las primeras luces del alba, un murmullo recorrió el grupo de búsqueda. Los policías habían encontrado a Kira. Y un suspiro de alivio emergió de los que lo escucharon. — ¡Por fin!

Margot, en la puerta de su casa, con los ojos enrojecidos y temblando de frío, sintió cómo la pesada losa de su corazón desaparecía. Sin coger siquiera un abrigo, dejando a una amable vecina a cargo de sus otros dos pequeños, salió corriendo hacia donde llegaban las noticias de Kira, deseando abrazarla y darle calor.

Pero su apresurada carrera se vio interrumpida por el jefe de policía.

— Margot, es mejor que no vayas. Kira está muerta, y no parece que haya sido una muerte por causas naturales —le dijo el inspector con voz suave pero firme, mientras con cuidado sujetaba a una alterada madre que tras sus palabras soltaba un grito de agonía, como un aullido de un animal herido.

Las horas posteriores fueron un verdadero tormento para una desesperada Margot, y también para muchos de sus vecinos. Según se iban concretando las noticias, un murmullo de horror y de miedo se extendía por toda la comunidad. El pequeño cuerpo de Kira estaba semienterrado en el bosque. La habían echado en una pequeña hondonada y la habían cubierto con algunas ramas y algo de nieve. 

Estaba desnuda, y fuertes golpes y moretones recorrían su frágil y helado cuerpo, el cual había sido trasladado de inmediato a la consulta del forense para poder concretar un poco más las causas de su muerte. Mientras tanto, los policías iniciaban su investigación en el lugar del suceso.

Un decaído y pálido Sven permanecía en la puerta de su casa. Margot, sin ninguna compasión, después de propinarle un montón de golpes y de patadas lo había echado de su casa.

— ¡Por tu culpa! ¡Por tu maldita culpa! ¡Estaba enfrente de casa cuando te dije que salieras a recogerla! —le gritaba con voz llorosa e iracunda mientras a patadas le sacaba de la casa. — ¡Si la hubieras recogido en ese momento Kira estaría aquí con nosotros! ¡No quiero volver a verte, no se te ocurra volver a poner un pie dentro de esta casa! —gritó con furia mientras cerraba la puerta dejándolo en la calle.

Enseguida todo el vecindario se convirtió en un conjunto de rumores, mientras unos a otros se contemplaban con suspicacia, y los niños permanecían encerrados dentro de sus casas, presos por unos asustados padres que no les perdían de vista ni un segundo.

El ambiente se volvió opresivo, no se tenían todavía noticias del forense, y todos se esperaban lo peor.

A media mañana el jefe de policía por fin transmitió alguna información. El cuerpo de Kira presentaba una gran cantidad de golpes, incluso tenía la nariz fracturada, pero a pesar de su desnudez no habían evidenciado signos de abuso sexual. Su muerte se había debido tanto a los golpes como al frío.

Varias vecinas acompañaban a Margot. Sus padres, venidos desde una ciudad cercana, intentaban consolar y calmar un poco a su angustiada hija que no paraba de llorar, mientras que se ocupaban de sus otros dos hijos.

Sven, enfrentado a un furibundo suegro que le había marcado la cara, amenazándole con que todo lo que había sufrido su nieta lo iba a pasar él también, se refugió en casa de su vecino, Rosso, el único que todavía no le miraba con expresión de odio. Al verlo deambulando por la calle, Rosso se había ofrecido a acogerlo.

Las investigaciones de los policías durante ese día y el posterior no dieron ningún resultado. Todos los niños declaraban lo mismo. Después de jugar cada uno se había ido a su casa, unos acompañados por sus padres, y otros, los menos, solos. Poco a poco se habían ido todos, quedando el grupo reducido a unos cinco o seis, entre los que se encontraba Kira, que no querían irse a casa para poder jugar un rato más.

Todos ellos explicaron que se habían alejado un poco de la explanada, hacia el bosque, buscando algún lugar con más nieve. Pero después de jugar un rato más, viendo que ya se hacía de noche, también se habían ido, dejando a Kira de camino hacia su casa.

Entre los principales sospechosos para la policía se encontraba Rosso, después de que Margot les contase que pensaba que las espiaba a ella y a Kira por la ventana, cosa que éste reconoció, aunque se sorprendió de que Margot lo hubiera notado. Su explicación no convenció para nada a la policía.

— Me gustaba verlas porque me siento muy solo. Me encantaba ver la alegría de Kira y el cariño con el que la trataba Margot —fue la inaudita explicación que dio a la policía.

Pero por los testimonios de los niños, Rosso tenía la mejor coartada del mundo. Se encontraba con Sven, el propio padre de Kira cuando ésta desapareció.

Al final del día, Sarah, una de las vecinas, llamó al jefe de policía que en ese momento pasaba cerca de su vivienda.

— Jefe, quizás sea una tontería, pero hay algo que Klaus, mi hijo, me ha dicho que me ha resultado raro, y quería que él mismo se lo contara a usted —dijo aproximándose.

Sin dudarlo, el jefe de policía entró en la casa encontrándose con un cohibido niño de unos seis años.

— Klaus, cariño, cuenta al policía lo que me acabas de decir —le dijo Sarah a su hijo que le miraba con expresión asustada.

— Es que… Johan y Frank tienen la cámara de Kira —dijo Klaus en voz muy baja, ante la sorpresa del policía, quedándose después callado.

— Sigue Klaus, cuéntale lo mismo que a mí —le animó su madre con una sonrisa.

— Pues… Kira no se la dejaba a nadie. Estuvo haciendo fotos, pero a nadie nos dejó hacer fotos. Decía que podíamos rompérsela. Johan se peleó con ella, diciéndole que era una niñata y que se la dejase, pero Kira se negó y le pegó un empujón cuando quiso quitársela.

— ¿Y al final se la dejó? —le preguntó a Klaus.

— ¡Noo, no! ¡Desde luego que no! —exclamó Klaus de inmediato—. Kira no se la dejó a nadie. Y cuando yo me vine a casa ella me hizo una fotografía y me dijo que otro día me la daría.

— ¿Estás seguro de que es la cámara de Kira? ¿No podría ser otra? —cuestionó el jefe de policía.

Pero Klaus, negando con la cabeza, añadió:
— Tiene encima grabado en colores un Pokemon que Kira dijo que se lo había hecho su madre. Johan y Frank estaban haciendo esta tarde fotos con la cámara de Kira.

Con dos de sus hombres, el jefe de policía se dirigió a la casa de los Kurst, una familia del vecindario que no tenía demasiada buena reputación. Johan y Frank eran sus hijos mayores, de seis y de cinco años. Después de ellos tenían otros tres más. Ya habían hablado con ellos el día anterior. Los dos fueron de los últimos niños del grupo que se habían quedado jugando.

Acompañados por sus padres, los policías se encontraron frente a los dos niños. Nada más entrar en un descuidado y sucio dormitorio donde los dos niños se encontraban, el jefe de policía se dio cuenta de que Johan escondía algo entre los peluches de una de las camas. 

— Chicos, ha llegado a mis oídos que vosotros tenéis la cámara de fotos que ayer llevaba Kira. ¿Es cierto eso —les preguntó, observándolos atentamente.

Ambos niños negaron a la vez con la cabeza, mientras Johan dirigía una mirada furtiva hacia los peluches.

El jefe de policía, de inmediato, se dirigió hacia allí, y revolviendo los peluches sacó una cámara de fotos.

— ¡Es mía! —gritó Johan indignado mientras se lanzaba hacia el policía, que con un primer vistazo había podido ver el Pokemon grabado al que se había referido Klaus.

— Señores Kurst. ¿Esta cámara es de alguno de sus hijos? —preguntó mientras dirigía a estos una mirada seria.

Ambos se miraron entre ellos, como dudando qué contestar, hasta que finalmente el señor Kurst negó con la cabeza. — Nunca antes la habíamos visto —declaró en un susurro, recibiendo una mirada furiosa por parte de su esposa.

En silencio, el jefe de policía comenzó a comprobar las fotografías grabadas en la tarjeta de memoria, mientras Johan era sujetado por los dos policías que lo acompañaban mientras daba furiosas patadas en el aire, y Frank comenzaba a llorar abrazándose a su madre.

Con angustia, el jefe de policía observó las borrosa fotografías en las que se veía a Johan pegando a Kira, en las que se notaba el temblor de las manos que sujetaban la cámara. Y en las siguientes fotografías, hechas ya por una mano bastante más firme, se veían distintos momentos del enterramiento de Kira en la nieve, como si el autor de las fotografías estuviese regodeándose y burlándose de Kira.