Marco León, sentado junto a su gran amigo y vecino, le intenta confortar con palabras de ánimo y aliento. Entiende perfectamente el duro momento por el que Ronnie está pasando, ya que él mismo lo sufrió hace apenas dos años.
Siempre unidos, desde que eran niños, los dos habían cursado medicina, aunque cada uno de ellos se decantó por un extremo. Ronnie se especializó en ginecología y en traer vida al mundo, en cambio, él se fue hacia el extremo opuesto, eligiendo ser forense, la última parada.
Mientras su vista se pierde en la lejanía, los recuerdos le asaltan. La felicidad de Marta y suya esperando la llegada de su bebé mientras preparaban ese pequeño dormitorio rosado, que ahora solamente acumula polvo, y el terrible instante en el que Ronnie le informó de que Marta y su bebé no habían sobrevivido a la cesárea.
Se quedó solo, completamente solo, sin saber a qué afianzarse para sobrevivir. Ahora le había tocado a Ronnie.
Lea, su esposa, falleció hace un año en un accidente automovilístico del que nunca se encontró al culpable. Y hace apenas dos meses, su pequeña Sami, de tres años, desapareció sin dejar rastro.
Ahora están los dos en las mismas condiciones, solos, los dos han perdido lo que más amaban.
Contemplando el demacrado rostro de su amigo, siente que por fin se ha hecho justicia. La desaparición de Sami se convertirá para siempre en un misterio. Jamás encontrarán a Sami, él se encargó de meterla en el ataúd del señor Ross justo antes de que este entrara en el horno crematorio.
Ronnie pagará con creces por esa ineptitud que causó la muerte de Marta y de su bebé.