El inspector Pepe Clave sale de su despacho portando un pesado maletín en su mano.
Dirige su mirada hacia el despejado cielo. Según las previsiones del tiempo, parece que ese catorce de febrero, día de los enamorados, hará un tiempo espléndido.
Pero no es algo que le extrañe demasiado. Desde hace ya más de dos años, una persistente sequía se ha instalado sobre el país. Las lluvias han sido escasas y muy poco frecuentes.
— Como sigamos así, vamos a acabar con restricciones de agua —piensa con cierto disgusto.
Su ciudad siempre ha gozado de un frescor envidiable en verano, pero desde el verano anterior todo ha cambiado. El caudal del río era tan escaso que incluso sus márgenes más alejados de la orilla se veían pajizos y faltos de agua. Y a pesar de haber pasado ya los meses más lluviosos este año, su caudal continuaba ralo y escaso, apenas había aumentado su volumen escasamente.
Mientras conduce de vuelta hacia su casa, observa las glorietas antaño con verde y brillante césped, del que ahora apenas queda un tono amarronado mantenido por el ayuntamiento con un persistente riego escaso que apenas consigue mantenerlo con vida.
— Mi césped no está en mejores condiciones, la tierra sedienta se bebe el agua al instante, haciendo difícil mantenerlo con vida –piensa mientras enfila con el coche su calle.
Ha abandonado la comisaría bastante temprano, incluso antes del almuerzo. Su suegra está ingresada en el hospital, así que él se ha llevado trabajo para casa, por eso el pesado maletín. Se quedará en casa con su hijo pequeño, y así su mujer podrá ir al hospital para cuidar de su madre.
Cuando ya su esposa ha salido después de un ligero almuerzo juntos, acerca la cunita de su hijo menor al sofá, instalándose cómodamente en él.
Marco, su hijo menor, tiene poco más de un año. Se trató de una verdadera sorpresa, no estaba en sus planes un nuevo hijo.
Sus hijos mayores, Fran y Nerea, tienen catorce y doce años respectivamente, por lo que no entraba en los planes de su esposa y suyos un nuevo embarazo y un pequeño bebé, pero ahora ninguno de los cuatro imagina su vida sin Marco.
Sacando tres expedientes del abultado maletín, los extiende sobre la mesita baja que se encuentra delante del sofá.
Se los ha llevado para revisarlos a conciencia por última vez. Son algunos de los casos que en breve serán cerrados, o por lo menos se dejarán de investigar hasta que surja alguna pista inesperada que los lleve a reabrirlos.
Se trata de tres casos de personas desaparecidas sucedidos ya hace casi tres años, en los que no se ha obtenido ninguna pista. Ni siquiera saben si esos desaparecidos continúan vivos o ya están muertos. Y según la política actual de su comisaría, tras este periodo, los casos pasarán al almacén general de los casos “sin rastro”.
El primer expediente que coge es el de Marcela, una adolescente de dieciséis años.
Marcela salió un día de su casa, al anochecer, para dirigirse a una fiesta en la casa de una de sus amigas, pero nunca llegó. Desde ese momento en el que abandonó su casa se le perdió la pista., y en dos días pasaría a engrosar la pila de casos no resueltos.
Con pesar deja la carpeta en la mesita. Dos días antes había repasado las escasas pistas con las que contaban, y posteriormente había llamado a sus padres por si tenían alguna noticia o algún recuerdo nuevo que les diese alguna pista, pero nada.
Marcela salió de su casa al anochecer, después de hacerse una fotografía y varios selfies, con su nuevo pantalón negro de espiga, un jersey de cuello alto rojo y su chaquetón favorito que ella misma había decorado con pegatinas que le gustaban. En su hombro también llevaba colgado su bolso favorito.
Desde entonces, hacía casi tres años, Marcela permanecía desaparecida. Una adolescente normal, sin problemas, que un día salió de su casa hacía una fiesta a la que jamás llegó según todas sus investigaciones. Nunca más se supo de ella, jamás regresó ni se encontraron pistas de su paradero o de que le hubiese sucedido algo.
Tras depositar el expediente de Marcela sobre la mesita, coge el siguiente de la fila.
Este caso es muy diferente al de Marcela. En esta ocasión, el desaparecido es un anciano de ochenta años. Sus hijos denunciaron su desaparición varios días después de que, al parecer, ésta sucediera.
El señor Pérez vivía solo en un pequeño adosado. Sus hijos le visitaban con muy poca frecuencia dada su edad, según el pensamiento del inspector Clave. Así que, cuando su hija llegó un día de visita, únicamente encontró en la casa un perro famélico que parecía no haber comido por varios días, pero ningún rastro de su padre.
Hubo algo en lo que todos los hijos estuvieron totalmente de acuerdo. Su padre jamás hubiese abandonado en esas condiciones a su fiel compañero de vida.
El último periódico que se encontraba sobre la mesa de la cocina databa de cinco días antes de que su hija denunciara su desaparición. Dados los hábitos del anciano de pasear a primera hora a su perro y comprar el periódico en el kiosco para después leerlo mientras desayunaba, les hizo considerar ese día como la fecha de su desaparición.
La búsqueda intensa por los alrededores y las preguntas a los vecinos no dieron resultados. Como tampoco los dio la investigación por hospitales o lugares de acogida.
— Seguramente estará muerto y sin identificar, o haya perdido la memoria y se encuentre en algún lugar en el que no se nos haya ocurrido investigar —piensa mientras deposita el expediente en la mesita sobre el de Marcela.
Con algo de desánimo, coge la última carpeta que se encuentra sobre la mesita aún sin revisar.
Este caso fue muy sonado. Se trata de la desaparición de una mujer de cuarenta años, Roxana Sanz. Desapareció también tres años antes, la mañana del catorce de febrero, Día de San Valentín.
Se trataba de la esposa de un rico empresario de la ciudad, el señor Lucien Castel.
Roxana salió de su casa a primera hora de la mañana el mismo día de los enamorados, al parecer para realizar algunas compras, tras decir adiós al servicio. No cogió su coche, parece que o bien se fue andando, o cogió el autobús o un taxi; nunca llegaron a averiguar su medio de transporte. Su pista se perdió en cuanto atravesó la puerta de su casa, nadie la vio caminando ni reconoció entonces haberla encontrado, y nunca regresó.
El señor Castel había salido muy temprano, bastante rato antes, para dirigirse a una reunión de negocios. Según les dijo, era sábado, y su intención era la de regresar a primera hora de la tarde a su casa para poder disfrutar de ese día tan especial con su esposa.
A sus hijos, Marta y Gabriel, los habían dejado la tarde anterior en la casa de sus abuelos maternos para tener el día completo para ellos dos, pero esa reunión fue algo de última hora que no pudo evitar.
Roxana no fue echada en falta hasta la tarde, cuando el señor Castel volvió de su empresa con un gran ramo de rosas para su esposa. Entonces, el servicio cayó en la cuenta de que no la habían escuchado regresar. Se encontraban tan ocupados desde que amaneció, preparando la sorpresa del señor Castel para su esposa, que no fueron conscientes de ello.
Lucien removió cielo y tierra para encontrar a Roxana, utilizó todos los recursos que su desahogada situación económica le permitió. Colocó carteles, publicó fotos en periódicos, concedió entrevistas a los medios, contrató detectives y ofreció cuantiosas recompensas. Pero todo fue inútil.
El detective Pepe Clave repasa las notas que tiene sobre la mesa. Frunce el ceño con disgusto. En este caso, las pistas que consiguieron fueron incongruentes y contradictorias. Algunas de ellas indicaban que la desaparición de Roxana podría haber sido voluntaria, que había huido de su casa, pero nada de esto tenía una explicación lógica.
Según todas sus investigaciones, se trataba de una familia feliz, un matrimonio ejemplar y enamorado, sin problemas económicos y con dos hijos. Marta, entonces de doce años, y Gabriel, de quince años, juraban al igual que el resto de la familia que su madre jamás les hubiese abandonado voluntariamente.
Tres días antes había recibido en su despacho de la comisaría la visita de Gabriel Castel, ahora convertido en un jóven de dieciocho años y mirada seria, suplicándole que no archivara el caso de la desaparición de su madre.
Nada más comenzar a hablar, le dijo que tanto su hermana Marta como él estaban convencidos de que si su madre no había regresado a por ellos era porque algo se lo había impedido, algo se lo hacía totalmente imposible.
— Y ahora mi padre quiere que se declare muerta a mi madre para poder casarse con Inma. Está preparando su pedida de mano para el día de los enamorados, el mismo día de la desaparición de mi madre —exclamó Gabriel con furia.
— Yo entiendo que mi padre quiera rehacer su vida —continuó— pero no quiero que se declare muerta a mi madre sin tener una total seguridad.
— El hecho de que la pedida de mano la haga el mismo día de la desaparición de mi madre y en el mismo lugar en el que iba a cenar hace tres años con ella, es algo que me sobrepasa y no soporto.
— Yo no he podido siquiera acercarme a ese lugar desde entonces, y mi hermana Marta tampoco. Solamente con verlo recordamos las luces, las serpentinas, y las decoraciones que organizó mi padre para ese día y que se quedaron allí hasta que los ramos de flores se secaron, como un tributo a mi madre. El templete era el sueño de mi madre —recuerda cómo le dijo el chico con pesar.
Con tristeza, y pensando en el poco tacto demostrado por el señor Castel, Pepe Clave extiende sobre la mesita los documentos del caso.
Recuerda bien el lugar, lo vio y lo admiró en un primer recorrido que hizo con su equipo por la casa y sus alrededores esa misma tarde buscando alguna pista.
Se trataba de un bello templete acristalado con estilizadas y altas columnas que Lucien Castel había ordenado construir en la parte posterior de su jardín, lejos de miradas ajenas.
Apenas habían finalizado su construcción quince días antes de la desaparición de Roxana, pero en palabras del señor Castel, ésta no lo había llegado a ver. Todavía le quedaban detalles por terminar, y se trataba de una sorpresa por San Valentín.
Cuando lo vio, se sorprendió. Se veía magnífico, con sus blancas y altas columnas decoradas con pequeñas rosas trepadoras, recién plantadas, pero ya enrollándose alrededor de ellas.
Unos pequeños árboles recién plantados en un perímetro a su alrededor, delimitando un pequeño jardín, seguramente le darían sombra cuando crecieran un poco más.
A su alrededor, sobrepasando y abarcando también los árboles, una impresionante alfombra de verde césped, que según le comentó el jardinero la empresa de jardinería había acabado de trasplantar esa misma madrugada, cuando aún apenas había amanecido.
Le impresionó. El blanco templete brillaba bajo la luz del día, haciéndole parecer una isla sobre un mar verde.
— Seguramente los árboles ya habrán crecido bastante. Me encantaría verlo de nuevo. Aunque con la sequía que tenemos desde entonces, lo más probable es que me lleve una desilusión. No creo que los arbolitos estén demasiado grandes, y el césped seguramente estará amarillento y mortecino como en todas partes —piensa el inspector Clave mientras observa las fotografías que tomaron aquel día, cuando el señor Castel les enseñaba cómo había decorado el templete para la ocasión y contaba lo felices que estaban ambos por esta celebración.
Dejando de lado las fotografías, comienza a revisar las notas que se tomaron.
En un primer momento, dada la desahogada situación económica del señor Castel, valoraron un posible secuestro con fines económicos. La posibilidad de una desaparición voluntaria no se les pasó por la cabeza después de todos los informes obtenidos.
Y efectivamente, tal como lo pensaron, unos días después Lucien recibió un anónimo donde exigían una importante cantidad de dinero a cambio de la liberación de Roxana. El segundo anónimo, llegó dos días después del primero, con un tono todavía más amenazante que el anterior.
Pero tras estos dos anónimos no llegó un tercero. Dejaron de recibirse de repente, sin darles posibilidad de rastrearlos. Su procedencia seguía siendo desconocida.
Ninguno de los reclamos del señor Castel dio resultado, ni siquiera las cuantiosas recompensas que ofreció por cualquier pista, por diminuta que ésta fuera. Roxana no apareció, ni viva ni muerta.
Esto permaneció así hasta aproximadamente dieciocho meses después.
Un día de septiembre Lucien llegó muy alterado a la comisaría. Se había retirado una importante cantidad de dinero de una de sus cuentas con la tarjeta de su esposa, en un cajero de una sucursal que se encontraba a más de mil kilómetros de su domicilio.
— Yo no le quité a Roxana el acceso a nuestra cuenta compartida ni anulé sus tarjetas bancarias por si ella necesitaba dinero. Aunque me abandonara, todavía la sigo amando, y no quiero que pase necesidades —le relató al inspector Clave.
— Pero lo que sí quiero saber es dónde está y por qué me abandonó —le dijo angustiado—. Mis hijos lo están pasando muy mal, les cuesta dormir, y Marta no cesa de llorar. Solamente quiero que hable con ellos y recuperen su relación.
Ahora, sentado en su salón, el inspector Clave sujeta en sus manos la única pista que tienen de aquel hecho, una fotografía de una mujer.
Revisa el informe que tienen de aquella transacción.
Sucedió en una calurosa noche de septiembre. La única pista la encontraron en una cámara de un comercio cercano, la del cajero llevaba bastante tiempo estropeada. En las imágenes, se veía a una mujer con un vestido escotado, a la que el viento echaba el cabello hacia delante, retirando el dinero.
Por la altura y complexión de esa mujer, podría tratarse perfectamente de Roxana, pero el cabello impedía ver su rostro, por lo que no podrían asegurar su identificación.
Esta pista no llevaba a ninguna parte, ni dio con algún rastro de Roxana. Se convirtió en una imagen que planteaba la duda cada vez más firme de que la desaparición de Roxana podría haber sido voluntaria.
Tomando en sus manos todos los informes del caso, los va revisando uno a uno buscando algo que llame su atención. Fotografías y declaraciones de amigos y vecinos.
Todos se pusieron de acuerdo en sus declaraciones. Un matrimonio enamorado y una familia feliz.
En aquel entonces buscaron, en la vida de Roxana anterior a su matrimonio, algo que pudiera servir de explicación. Roxana provenía de una familia de clase baja, situación que cambió cuando contrajo matrimonio. Esto no significó que renegara y olvidara su pasado. A pesar de los años transcurridos, seguía manteniendo contacto con sus amistades de niñez y juventud.
Todos ellos también concordaron. Roxana era feliz y estaba muy enamorada de su marido. Incluso Inma, su mejor amiga y confidente desde la niñez, declaró no conocer ningún motivo que hiciese a Roxana abandonar a su marido.
Esta Inma, la mejor amiga de Roxana, es ahora la futura señora Castel.
Lucien y ella se conocieron mientras se investigaba la desaparición de Roxana, y en su obsesión por conseguir pistas y escuchar cosas sobre la niñez y juventud de Roxana, el señor Castel la contrató en su empresa como ayudante de administración.
Aunque enseguida, con las largas horas que Lucien pasaba delante de la mesa de Inma preguntando cosas sobre Roxana, todos tuvieron clara la razón de este contrato. Frecuentemente se reunía con ella solamente para preguntar aspectos de la vida de Roxana, buscando consuelo y alguna pista que le sirviera para dar con su paradero. Además, todos se fijaron en que de esa manera la tenía disponible cuando sus detectives necesitaban alguna información o aclaración.
Pero no fue hasta el incidente del cajero y la posterior desaparición y muerte del hermano de Inma que empezaron a tener algo diferente de una relación de simple amistad.
Rafa González, el hermano de Inma, desapareció unos días después de que apareciese Roxana a más de mil kilómetros. Pero él sí que fue encontrado. Al cabo de una semana de notificarse su desaparición apareció muerto en un callejón con un tiro en la sien. Rafa tenía treinta y seis años, y desde su juventud se relacionó con malas compañías y estuvo metido en problemas con la ley.
La investigación no dio demasiadas sorpresas. La conclusión fue que se había tratado de un ajuste de cuentas entre facinerosos. El arma empleada había estado involucrada unos días antes en un atraco fallido en el que el asaltado había resultado herido, aunque por suerte para él, sin demasiada gravedad.
Durante esa semana, Lucien se convirtió en el apoyo incondicional de Inma, la acompañaba a todas partes, los dos unidos por la angustia de la desaparición de un ser querido.
Después del entierro de Rafa, según informaciones que le habían llegado al inspector Clave, ambos se hicieron cada vez más unidos, hasta terminar enamorándose.
Al parecer, Lucien había decidido pasar página y aceptar que su mujer lo había abandonado voluntariamente. Estaba decidido a rehacer su vida.
El llanto de su pequeño Marco le saca de sus cavilaciones.
— Vaya, parece que el pequeño terremoto ya ha dormido suficiente y tiene hambre —dice mientras se levanta del sofá y se dirige con una sonrisa a la cuna del sollozante bebé, dispuesto a jugar un rato con él.
En nada llegarán sus hijos mayores y él podrá concentrarse de nuevo en su trabajo.
Una hora más tarde, con el pequeño Marco lanzando carcajadas por las tonterías de sus hermanos, se sienta de nuevo en el sofá y mira los expedientes.
— Marcela… ¿dónde estarás? ¿Qué te sucedió? —piensa mientras distribuye los informes del caso sobre la mesita.
Nada, ninguna pista que lleve a dar con su paradero.
Marcela salió de su casa y, según iba hablando en el grupo de WhatsApp del cumpleaños, cogió el autobús que le dejaría en una parada próxima a la casa de su amiga. Todo normal, de vez en cuando decía algo en el grupo, alegre, avisando que ya estaba llegando. Y, de pronto, no habló más.
Todos pensaron que ya se habría bajado del autobús y que iría andando hacia la casa. Pero mucho rato después se dieron cuenta de que debería de haber llegado hace tiempo, no estaba en la fiesta, ni nadie había vuelto a hablar con ella.
El conductor del autobús tampoco la recordaba, pero claro, un viernes noche eran muchos los adolescentes que se subían al autobús.
Algunos pasajeros, al ver su foto, dijeron que sí que les sonaba haberla visto en el autobús, pero con tantas subidas y bajadas de éste, y con el lleno total del autobús, los movimientos de los viajeros dentro de él imposibilitaban saber en qué parada se había bajado.
Revisaron a conciencia el trayecto desde la parada del autobús hasta la casa de su amiga, pero no encontraron ninguna pista de Marcela. Revisaron también desde las paradas anteriores aunque no tuviese ninguna lógica que Marcela hubiese descendido del autobús antes de su parada, pero tampoco tuvieron éxito.
— Marcela, ¿dónde estarás? —se repite a sí mismo el inspector Clave de nuevo, con pesar, mientras su mirada se dirige hacia su hija y se estremece pensando en el sufrimiento de los padres de Marcela.
Dejando con expresión cansada los informes dentro de la carpeta correspondiente, los guarda en su maletín.
— ¿Y el señor Pérez? Igual sus hijos jamás llegan a saber qué le sucedió —se dice a sí mismo mientras observa la carpeta—. Por poco pendientes que estuvieran de él, no hay nada peor que no saber qué sucedió con un ser querido.
Observando a sus hijos, recoge los expedientes y los guarda en el maletín, proponiéndose darles de nuevo un repaso al día siguiente.
Durante la noche, sus sueños aparecen plagados de pesadillas en las que aparecen los rostros de los tres protagonistas de sus expedientes, y de sus familiares llorando y reclamando su vuelta.
Esa madrugada, apenas sin dormir, le hace tomar una decisión. A primera hora del día siguiente irá hasta la casa de Marcela y cogerá el mismo autobús que ella tomó. Volverá a iniciar la investigación desde cero.
Con ánimo decidido se monta en el autobús y va observando el paisaje por la ventanilla, repitiendo los pasos de Marcela y los suyos propios tres años atrás, valorando si algo pudo llamar la atención a Marcela e impulsarle a descender en alguna parada anterior.
Su recorrido desde la parada hasta la casa de la fiesta le hace recordar de nuevo la desesperación en los rostros de los padres, y su sensación de entonces de haberles fallado.
Pero nada cambia. Tampoco esta vez se le ocurre dónde puede estar Marcela.
Desanimado, desanda el camino de vuelta a la parada del autobús.
Una vez en la parada, decide coger el autobús circular que le llevará hasta la casa del señor Castel.
— Igual ver de nuevo ese bello templete me levanta el ánimo, y así también aprovecho para hablar con la familia —piensa mientras asciende las dos escaleras del autobús.
Su inesperada llegada llena de alegría a Gabriel. El señor Castel no está en casa, y muy a su pesar, ante su petición, Gabriel le acompaña hasta el templete.
Cuando llega allí, comprueba que sus suposiciones eran ciertas. El césped raído, con apenas zonas verdes, refleja la pertinaz sequía. Todos los arbolitos se ven enclenques, con poca fuerza, excepto uno de ellos que parece un poco más robusto y alto y da algo de sombra a su alrededor.
Las rosas, en cambio, se ven bastante bien.
El jardinero, un hombre mayor que se encuentra allí con su hijo, al igual que la otra vez, le saluda amablemente y después le explica que cuida las rosas con esmero ya que eran la flor preferida de la señora Castel.
Valentín, su hijo, le saluda con una alegre sonrisa. El inspector Clave le corresponde de inmediato. Lo recuerda perfectamente. Sigue con la misma inocencia de tres años antes, cuando lo encontró acompañando también a su padre y ayudando en todo lo que podía.
La vez anterior le dijo que tenía diez años, así que ahora tendría trece.
Observa su sonriente mirada sin maldad, y cómo, mientras su padre habla con él y con Gabriel, el pequeño deja las luces que estaba colocando y va a tumbarse sobre el césped a la sombra del arbolito más crecido.
No obtiene ninguna información nueva. El viejo jardinero le dice que él no vio a Roxana. Para cuando la señora se fue de la casa, él ya llevaba bastante tiempo en el templete ayudando a los empleados de la empresa de jardinería. Y allí continuó hasta bien entrada la tarde, terminando de colocar las luces y decoraciones acompañado de Valentín.
— Lo mismo que hoy —dice con pesar—. Es como una repetición de lo sucedido aquel día de San Valentín. Sólo espero que en esta ocasión todo salga según lo previsto y el señor Castel sea feliz —dice mientras mira con tristeza a Gabriel.
Mientras regresan a la casa, Gabriel mira a lo lejos a Valentín, que se ha levantado para continuar ayudando. Se puede observar su felicidad al verle dar saltos alrededor de su padre.
— ¡Yo no sé si ser como Valentín es una ventaja! Siempre sonríe, nunca se enfada y se conforma con todo.
— ¿Usted cree que las personas con síndrome de Down son más felices? —le cuestiona.
El inspector Clave lo mira sin saber qué responder, mientras en su mente aparece un recuerdo de Valentín de hace tres años. Con emoción le decía que era su santo, que su padre le había dicho que era San Valentín y él se llamaba San Valentín. Recordándolo, una sonrisa se asoma a su rostro.
— Posiblemente Valentín sí que es muy feliz en estos momentos, se siente cuidado y querido por su padre y su entorno.
Un rato después, ya en su despacho, cierra los ojos mientras se frota las sienes. Todavía no es demasiado tarde. Sus viajes en autobús no le han ocupado demasiado tiempo.
Piensa en el templete y en la decoración. Al día siguiente será de nuevo San Valentín, y él no ha preparado nada para su mujer.
— Debería reservar algún sitio romántico para esta noche —piensa—. Pero al momento desecha esa idea. Sus hijos son demasiado jóvenes para quedarse con el bebé, incluso para quedarse ellos solos.
— Pero un regalo bonito sería un buen detalle. Puedo buscarlo ahora y así me relajo un poco —dice en voz baja mientras comienza a bichear las páginas de moda y de joyería en el ordenador.
Mientras recorre las páginas, le salta la noticia sobre la próxima pedida de mano del señor Castel.
Curioso, abre la noticia. Se trata de un reportaje con fotografías hechas durante una cena de gala celebrada la noche anterior.
— Vaya —murmura sorprendido—, ¡sí que ha cambiado su look totalmente! ¡Ni siquiera parece ella!
Observa con interés una fotografía, en la que se ve a Inma de espaldas, llevando un traje largo bastante escotado con la espalda al descubierto, y con el pelo recogido en un moño alto y teñido de un color rojizo.
— Al parecer ha ido a la misma peluquería que Roxana, el tono del cabello es muy parecido —piensa mientras sus ojos siguen captando detalles en la foto.
Un tatuaje bastante evidente en su paletilla derecha le llama la atención. Le parece que lo ha visto ya antes. Aunque cuando aproxima un poco más la foto, se da cuenta de que posiblemente no se trate de un tatuaje, sino de una mancha de nacimiento.
El ruido de un helicóptero le distrae de su disección de la fotografía. Curioso, se aproxima a la ventana. En el cielo, a una altura poco elevada, ve pasar el helicóptero de Google Maps, que está haciendo su recorrido aéreo y tomando fotos que envía de inmediato al servidor.
Con una sonrisa, se dirige de nuevo a su ordenador para investigar si han tomado imágenes aéreas de su casa.
Y sí, ¡allí está su casa! Con tristeza observa la mancha marrón en la que se ha convertido su cuidado césped. La diferencia es abismal con las fotografías anteriores. Ahora su césped se asemeja a un campo de cultivo segado, todo marrón con apenas algún brote verde.
Su curiosidad se dirige ahora hacia el templete del señor Castel. Recuerda las fotos aéreas de hace tres años, lo hermosas que eran, las tiene en el historial. Seguramente ahora no lo serán tanto.
En el trayecto que hizo esa mañana en el autobús, todo lo que veía por la ventana reflejaba esa falta de agua. Y había recorrido bastante trayecto, ya que se trataba de una línea circular que hacía un recorrido contínuo, en el que las paradas de ida estaban bastante alejadas de las de vuelta.
— Seguramente si te pasas tu parada, será más rápido desandar el camino que dar toda la vuelta. O que ir hasta la parada de vuelta —piensa mientras coloca el ratón sobre la casa de Marcela para ir viendo las imágenes de ese mismo día que Maps acaba de enviar a la aplicación.
Tal como lo pensó. Se ve todo de color amarillento. Contempla las fotografías de la casa donde iba Marcela a la fiesta, y muy cerca, a poca distancia campo a través, en línea recta, ve la figura del templete del señor Castel.
— Vaya, con las vueltas que da el autobús calculé que la distancia era mucho mayor, pero están bastante próximas. El trayecto del autobús es bastante largo para una distancia tan corta —piensa mientras observa con ojo crítico la ruta que sigue el autobús.
Enseguida, la imagen del templete centra su atención. Todo se percibe igual de seco y falto de vida como en las imágenes anteriores.
Una sonrisa asoma a su rostro mientras contempla la imagen al reconocer a alguien. La cámara se ha disparado justo en el momento en el que Valentín estaba tumbado en el suelo en una postura muy graciosa, con piernas y brazos abiertos, y medio retorcido sobre una de las dos zonas verdes muy cercanas entre sí, que se encuentran bajo el arbolito más crecido.
Hay también una segunda fotografía. Seguramente el helicóptero la tomó en su camino de vuelta.
Su sonrisa vuelve a aparecer de nuevo. Valentín se encuentra otra vez tumbado en el césped, esta vez sobre la otra zona verde, con una postura por demás graciosa. Esta vez se encuentra boca arriba, los brazos los tiene extendidos hacia arriba, y las piernas ligeramente separadas ocupando toda la superficie del césped verde.
Sus dedos se dirigen al ratón, pasando a las imágenes siguientes que muestran las casas vecinas y una nueva fotografía del templete ya sin Valentín. Mientras el ratón recorre la pantalla siguiendo todo el trayecto del autobús, una imagen de las que ha visto le explota en la mente, y nuevamente, sin apenas poder creérselo, vuelve para revisarla.
Impactado, se levanta de su escritorio sin poder creerse del todo lo que piensa haber descubierto, sus suposiciones. Con la mente hecha un verdadero caos, se dirige al despacho del comisario para mostrarle varias imágenes que ha ido imprimiendo para poder comprobarlas.
Esa misma tarde la comisaría, y más en específico el despacho del inspector Clave, se encuentra convertida en un verdadero hervidero de policías recopilando y comparando datos, volviendo a citar a testigos para comprobar sus declaraciones de tres años antes.
Sobre la mesa del inspector, las nuevas declaraciones contrastándolas con las primeras. Esta vez las preguntas realizadas han sido mucho más precisas, destapando incongruencias, mentiras y falsos testimonios dados en esas primeras entrevistas, seguramente de buena fé, sin intención de engañar.
Sobre la mesa del inspector Clave también se acumulan varias fotografías que los agentes que le están ayudando contemplan estupefactos.
— ¡No podemos dejar nada al azar! ¡Comprobad bien todos los datos nuevos que tenemos! ¡Es muy importante ir sobre seguro! —exclama con voz nerviosa el inspector Clave.
El comisario asoma la cabeza por la puerta de vez en cuando, contagiado por ese nerviosismo que se percibe.
— ¿Cómo va todo? ¿Los tenemos? —exclama en una de las ocasiones.
La sonrisa confiada y alegre del inspector Clave le dice que sí.
— El juez Maten ha dicho que si somos capaces de demostrárselo claramente, mañana a primera hora tendremos las órdenes —manifiesta antes de volver a su despacho.
La exclamación de uno de los agentes resuena en la sala.
— ¡Mirad, esta fotografía es muy clara, no hay ninguna duda de que se trata de la misma persona!
— ¡Y aquí también está! ¡La tenemos! —dice de inmediato otro de los agentes elevando en el aire una de las fotografías.
A la mañana siguiente, con las órdenes judiciales en las manos, una nutrida representación de la comisaría sale de ésta hacia su destino. Acompañándolos, las unidades caninas que les ayudarán en su misión.
El inspector Clave no puede reprimir su nerviosismo. Si sus sospechas son ciertas, alguno de sus casos no terminará engrosando la pila de los casos “sin rastro”.
Mientras tanto, en el templete del señor Castel reina una gran animación. Los invitados han comenzado a llegar elegantemente vestidos desde primera hora de la mañana, decididos a no perderse nada del evento considerado como el más importante del año en la ciudad. También han acudido al lugar varios reporteros dispuestos a dar la primicia sobre el próximo enlace de uno de los ciudadanos más prominentes.
La futura señora Castel se encuentra exultante, vestida con un escotado y ceñido vestido blanco que deja al descubierto su espalda. Su pelo, sujeto en un intrincado moño que han tardado varias horas en hacerle, exhibe una pequeña corona con piedras.
Marta y Gabriel miran desde un lugar apartado lo que está sucediendo.
— ¡Oficialmente ni siquiera se ha declarado muerta a mamá! —se lamenta Marta con lágrimas en los ojos—. ¡Cómo puede papá pedir matrimonio a Inma!
— Marta, nosotros no podemos hacer nada. Si la justicia no la declara oficialmente muerta, papá podrá pedir el divorcio inmediato por abandono. Las horas se cumplieron en teoría a primera hora de esta mañana —le responde Gabriel con pesar, mientras sus ojos se enfocan en la lejanía y su expresión pasa paulatinamente de la tristeza a la sorpresa, haciendo que Marta se gire para ver qué es lo que está mirando que tanto le ha afectado.
Sus ojos se abren con incredulidad cuando ve avanzar una comitiva formada por hombres de uniforme, flanqueados por perros policía, al frente de los cuales avanza el inspector Clave.
Ante la estupefacción de todos los presentes, el inspector Clave se dirige a la tribuna donde se encuentran Lucien Castel e Inma González.
— Señor Castel —proclama en voz alta—. Traemos órdenes judiciales para excavar en su terreno —dice mientras agentes con palas, acompañados por perros, se dirigen hacia el arbolito más robusto.
— ¡Allí, en las manchas verdes de césped! —exclama Clave, sin perder de vista a los implicados, mientras varios agentes se colocan a la par del señor Castel y de su prometida.
El cambio de expresión de ambos, así como la palidez que se instaura en sus rostros, le dan la certeza de que sus sospechas son totalmente ciertas.
El sonido de las palas y los ladridos de los perros resuenan en el silencio ensordecedor. Solamente se escuchan los sonidos de los flashes de las cámaras, y la voz de un periodista local que estaba retransmitiendo el evento en vivo para una cadena de televisión local.
— ¡Aquí hay un cadáver con un medallón de fotos que parece el de Roxana! —se escucha una voz.
¡Y aquí está el de Marcela! ¡Lleva su ropa, su bolso y su cazadora tuneada! —exclama otro de los policías.
— Señor Castel, señorita González…. Quedan ustedes detenidos por el presunto asesinato de Roxana Sanz y de Marcela —declara el inspector Clave mientras los agentes esposan a ambos.
En ese momento, la mirada del inspector se cruza con la de Gabriel, que se ha acercado después de mirar el medallón.
— Lo siento Gabriel.
— Gracias inspector —dice éste entre lágrimas—. Ese es el medallón de mi madre. Sabía que nunca se habría ido abandonándonos a Marta y a mí. ¿Cómo lo descubrieron ustedes?
— Todavía tendremos que comprobar la identidad de ambas víctimas, aunque por sus ropas y sus pertenencias creo que ninguno de nosotros tiene dudas.
Ni de su identidad, ni de los culpables. Tenemos prácticamente cerrado el caso, solamente nos faltaba desenterrar los cadáveres.
Pero sí que te puedo avanzar algo…
— ¡Valentín me indicó dónde estaban los cadáveres! —responde ante la mirada de sorpresa de Gabriel.
Una vez comprobada la identidad de los cadáveres, esa misma tarde, el inspector Clave no duda en convocar una reunión en su despacho para informar a los hermanos Castel, que acuden a la comisaría acompañados por sus abuelos y a los padres de Marcela. Estos últimos se enteraron de la noticia por medio de la televisión local, y llevaban ya horas en la sala de espera de la comisaría esperando angustiados la confirmación de la noticia de la muerte de su hija.
— Gracias al helicóptero de Google Maps y a Valentín, averigüé dónde parecían estar enterradas Roxana y Marcela —dice para dar comienzo a su declaración.
Las fotos aéreas mostraban a Valentín tumbado en posturas que me parecieron bastante graciosas sobre los dos únicos trozos de césped verde.
Pero una vez Valentín se levantó, desde el aire, en la siguiente foto de Maps, se distinguían perfectamente en el césped las dos siluetas que Valentín, con su ingenuidad, imitaba, sin saber lo que esto significaba. Mi pensamiento enseguida fue que una de ellas, lo más seguro, es que fuera de Roxana. Pero, ¿y la otra?
Entonces recordé que, por la mañana, al tomar el autobús circular desde la casa de Marcela para llegar a la casa del señor Castel, subí a ese mismo autobús, y las vueltas que me dio.
Si Marcela se hubiese pasado la parada en la que tenía que bajarse, lo más seguro era que deshiciera ese trayecto a pie para no dar toda la vuelta en el autobús de nuevo. Lógicamente, buscaría acortar camino por los jardines en vez de recorrer la carretera. Y sin querer, podría haber visto algo que no debía.
Pero la desaparición de Marcela fue la noche anterior a la desaparición de Roxana. Así que comenzamos a revisar de nuevo todas las declaraciones de hace tres años. Y encontramos una incongruencia.
Al repasar las declaraciones del servicio de Roxana, me di cuenta de que ninguno de ellos declaró haberla visto esa mañana. Solamente la escucharon decir adiós mientras cerraba la puerta al salir de la casa, dando por sentado que se trataba de ella, ya que era la única que podía estar en ese momento en la casa. ¿¡Quién más podría ser!?
Tras interrogar a todos de nuevo, confirmamos nuestras sospechas. En realidad nadie estaba seguro de que fuera Roxana la que abandonó la casa esa mañana.
A mi mente enseguida vino un nombre: Inma, la gran amiga de Roxana que tras su muerte había ocupado su lugar.
Toda la tarde nos centramos en investigar a Inma, sobre todo tras revisar la fotografía del cajero y verificar que la mujer que realizó la retirada de dinero tenía la misma mancha de nacimiento en la espalda.
Ahí fue donde todo comenzó a aclararse.
Según sus amigas, desde que eran pequeñas Inma había sido la sombra de Roxana, a la que envidiaba e imitaba. Todo lo que Roxana tenía, ella también lo quería.
Entonces nos enteramos de que Inma, antes de la muerte de Roxana, tenía un amante que la mantenía, por lo que no trabajaba. Sus amigas calculaban que la relación entre ellos comenzó unos dos años antes de la muerte de vuestra madre. Para mala suerte de Inma, una de sus amigas la vio un día con él. Tomó unas fotos bastante comprometedoras que nunca llegó a borrar, quedando almacenadas en la memoria de su teléfono.
No lo dudó ni un solo momento cuando se las pedimos.
En ellas se veían varios momentos de intimidad entre Inma y Lucien, que no dejaban lugar a dudas, desmontando la mentira de que ambos se habían conocido durante la investigación por la muerte de Roxana.
Aprovechando que Inma se quedaba en la casa del señor Castel, según nos había informado el servicio, solicitamos una orden judicial para registrar su casa.
Encontramos algunas fotografías más de ambos y, en un cajón del dormitorio, varias notas en las que Rafa, el hermano de Inma, los amenazaba con denunciarlos a la policía si no le entregaban el dinero que ella había retirado del cajero haciéndose pasar por Roxana. Junto a esas notas, también hallamos el arma utilizada en el asesinato de Rafa, con las huellas de ambos impresas en ella.
También en los cadáveres hemos encontrado suficientes pruebas que incriminan a ambos en los asesinatos de Roxana y Marcela. Incluso utilizaron el mismo arma que después emplearon para asesinar a Rafa. Y el reloj roto que Roxana tenía en su muñeca, con fecha del trece de febrero, que marca las veintidós horas, nos da un dato relevante acerca del día y hora de su muerte.
Marcela debió cruzarse con ellos esa noche en algún momento comprometedor, y decidieron acabar con ella para que no los delatara, enterrando los dos cuerpos juntos en la tierra removida junto al templete.
Al día siguiente, montaron la escena de la salida de la casa de Roxana, dando a entender que por la mañana Roxana seguía viva. Así alejarían cualquier sospecha del templete, ya que desde antes del amanecer el césped había sido plantado, y el jardinero permaneció allí de manera continuada, siguiendo las órdenes del señor Castel.
Cuando los hermanos Castel ya están a punto de abandonar la comisaría, el inspector Clave escucha la voz de Gabriel.
— Gracias de nuevo, inspector. Nos alegra saber que nuestra madre jamás nos abandonó voluntariamente.
Y feliz San Valentín.