Es una noche especialmente oscura, Aria camina apresurada por la calle desierta. Hace ya un buen rato que su corazón late desbocado por la sensación de peligro, de una presencia detrás suyo que percibe desde que ha enfilado el callejón.
Dando un giro brusco de cabeza, dirige la mirada hacia su espalda, y aunque nada llama su atención, con un nudo en la garganta, acelera sus pasos, deseando llegar cuanto antes a su pequeño apartamento.
Un suspiro de alivio la estremece cuando por fin divisa el portal, y su paso se acelera mucho más, hasta terminar en una corta carrera, con la llave del portal en su temblorosa mano, deseando llegar a la seguridad de su cama
Después de una noche plagada de horribles y sangrientas pesadillas, esas que desde hacía ya bastante tiempo no le asaltaban por la noche, se despierta cubierta de sudor y con la respiración agitada, y con los ojos apenas entreabiertos por el sueño, se dirige a la cocina. Un rato después, con la taza de café en su mano aun temblorosa, respira un poco más tranquila.
— Solamente fueron figuraciones mías —se dice a sí misma para reconfortarse, intentando autoconvencerse.
Un sobre que alguien ha deslizado por debajo de su puerta le llama la atención.
Unos segundos más tarde, empapada con el café que se ha volcado encima tras abrir el sobre, contempla aterrada una fotografía en la que ella es la protagonista. Sabe perfectamente cuando se tomó esa fotografía, la noche anterior, cuando ella giró la cabeza para ver si alguien la seguía.
Aria, con paso alegre, se dirige hacia su coche. Ha pasado una tarde estupenda de compras por el centro comercial con su amiga Lea. Ha seguido las recomendaciones que le dio la policía días antes, y aunque la sensación de miedo no ha desaparecido todavía, las pesadillas no han vuelto a asaltarle ni ha notado que alguien la siga.
Le dijeron que no podían hacer nada, no encontraron huellas dactilares, y le recomendaron ir por sitios transitados y a plena luz del día durante una temporada.
Así que ahora ya no va por el callejón. Aunque el camino sea un poco más largo, siempre va por la calle principal. Le ha cogido miedo a ese callejón, ya ni siquiera aparca allí. Apenas cae la tarde, enseguida aparcará en su calle, antes de que anochezca.
A punto de subirse a su coche, con la puerta abierta, recibe varios mensajes seguidos de Lea, que ya empieza a alejarse en el autobús. Lea vive en dirección contraria a la de su casa, y no ha querido que la lleve. Le ha dicho que se le haría de noche si daba toda la vuelta, y de verdad que se lo agradece.
Con curiosidad abre el WhatsApp para leerlo. ¡Qué será tan importante para que Lea le escriba!, piensa con humor. Acaban de separarse hace apenas unos minutos. Después de esperar al autobús juntas, Lea se ha subido, y ella se ha ido al aparcamiento a por su coche.
Se trata de tres mensajes muy cortos.
— ¡Aria, un encapuchado!
— ¡Estaba escondido detrás de un coche!
— ¡Te sigue!
Pero apenas le ha dado tiempo de leerlo y asimilarlo, cuando siente cómo un trapo húmedo le cubre la nariz y la boca.
Con la cabeza un poco embotada, Aria abre los ojos y mira a su alrededor. Con terror, nota que está amordazada y no es capaz de moverse. Unas gruesas cuerdas le rodean las muñecas y los tobillos.
Un dolor lacerante le hace mirar hacia su pierna derecha, donde la sangre mana de una herida abierta.
Mientras lucha para aflojar las cuerdas, su mirada se dirige a su alrededor. Herramientas tiradas por el suelo, manchas grasientas y oscuras que parecen de aceite, varias estanterías contra las paredes y motos que parecen estropeadas, le dan la idea de que se encuentra retenida en algo parecido a una nave o un gran garaje muy desorganizado y sucio.
Cada vez más asustada, continúa con sus febriles movimientos, sintiendo cómo las cuerdas poco a poco se aflojan. No sabe cuánto tiempo llevará allí. No hay ventanas, así que no sabe si es de día o de noche.
Una mugrienta nevera al fondo del garaje parece hacer un guiño a su reseca garganta. Su respiración agitada unida a la mordaza ha hecho que su garganta parezca un papel de lija cada vez que le entra el aire.
Observando a su alrededor, en busca de alguna vía de escape, dirige sus temblorosos pasos hacia allí, con la esperanza de encontrar algo que le quite ese malestar en su garganta.
Detrás de una bolsa transparente parece haber una botella, así que con ansias agarra la bolsa con ambas manos.
Enseguida nota que sus manos se manchan de algo pringoso. El contenido de la bolsa es blando, y está resbaladiza. Una mirada curiosa a la bolsa le hace soltar un alarido de terror mientras la deja caer al suelo.
Mientras la bolsa rebota por el suelo, Aria no puede despegar sus aterrados ojos. Una cabeza sanguinolenta parece mirarla con los ojos bien abiertos.
Dando pasos hacia atrás, algo le traba el pie, y cae al suelo. Con un alarido y entre sollozos, arrastrándose para alejarse, justo al lado del frigorífico, una puerta ligeramente abierta, hace que un estremecimiento recorra su cuerpo, y da alas a sus piernas, que, como si tuvieran un muelle, le hacen levantarse y correr hacia la puerta.
El aire fresco le impacta en el rostro mientras corre por el terreno reseco, escuchando el estruendo de unos disparos tras ella.
Un agujero en el vallado le da esperanzas. Está a punto de rendirse, sus piernas cansadas ya no pueden más, lleva subiendo y bajando cuestas un buen rato, perdida, arañándose las piernas, tropezando y cayendo.
Pero una carretera de tierra interminable hunde sus esperanzas. Hasta que su mirada se fija en una carretera asfaltada apenas visible en lo alto de un puente, no demasiado lejos.
Los disparos hace ya un buen rato que no los escucha. Con una respiración profunda, con sensación de triunfo, se dirige hacia la carretera. Cuando ya celebra su triunfo, a punto de alcanzarla, un fuerte golpe en la cabeza le hace caer al suelo, sintiendo cómo de nuevo pierde la consciencia.
Abriendo los ojos, Aria se lleva la mano a la cabeza. Un fuerte dolor en ésta le hace recordar lo sucedido, no sabe cuanto tiempo antes, cuando pensaba que ya estaba a punto de recobrar su libertad.
Sus ojos vagan alrededor mientras se sienta. Reconoce el lugar. Es el mismo garaje.
Pero esta vez es diferente, no está amarrada ni tiene una mordaza.
Su mirada se dirige al frente. Alguien ha colocado allí una estantería baja, y sobre ésta, la cabeza decapitada con un foco iluminándola, y a su lado la foto de una chica.
Ahora sus ojos se abren totalmente aterrados mientras mira los ojos que la contemplan.
— ¡¡Alex!! —susurra en voz baja.
Sus pesadillas nocturnas se reproducen, pero esta vez es totalmente consciente.
La fiesta, la carretera oscura, los dos riendo totalmente borrachos, el momento de distracción cuando se dieron aquel beso. Y la cara de la chica estrellada contra el parabrisas del coche de Alex.
Huyeron. Al principio pensaron que no tardarían en detenerlos. Pero el tiempo pasó y nadie fue a por ellos. En las noticias decían que la policía no tenía ninguna pista, y el padre de la chica salió en varias ocasiones pidiendo justicia, y jurando que él haría que los culpables pagaran por la muerte de su hija.
Es en ese momento cuando Aria lo comprende todo. Se da cuenta de que no tiene escapatoria, que no parará hasta que sacie su sed de venganza.